Han pasado muchos meses del confinamiento obligado, para tratar de parar el contagio del Covid 19. Todos estamos viviendo una situación inédita en nuestras vidas, por otra parte impensable, en los dos primeros meses del año. Una nueva e inesperada situación que nos ha obligado a replantearnos nuestra vida, allí donde nos haya pillado. Encerrados en nuestras casas y con las circunstancias personales de cada uno. Transcurridos los primeros días, tuvimos que adaptarnos a esta nueva, rara y extraordinaria situación, por tantos motivos.
En mi caso particular que vivo solo, desde el primer momento, me propuse vivir con la esperanza, de que el confinamiento me afectara lo menos posible, tanto anímicamente como físicamente y creo sinceramente que lo he conseguido. Desde hace sietemeses vivo solo por el fallecimiento de mi esposa, vivo solo pero no me siento solo, esto es muy importante y es posible en primer lugar, por la comunicación con mis hijas y mis nietas, familiares y amigos.
Movido por el gran ejemplo que vemos a diario, con su entrega y dedicación, para paliar la pandemia, por el personal sanitario, las fuerzas del orden y otros trabajadores imprescindibles, para mantener los servicios mínimos que necesita el funcionamiento de nuestra sociedad, me pregunto en estos momentos tan graves: ¿Qué espera Dios de mí? ¿Qué puedo hacer ante esta situación tan extraña, inesperada y sorprendente por su gravedad?
Ante la imposibilidad de atender las tareas del voluntariado y mis compromisos con distintos grupos de mi parroquia, tuve que rehacer estas tareas, para continuar creciendo a nivel humano y espiritual. He colaborado en crear una cadena, con fieles de la parroquia para ayudar a enfermos de coronavirus y elaborar unas listas de enfermos y fallecidos, para entregarlas diariamente al párroco y que pida por ellos en su misa diaria. Hablo con los enfermos, felizmente en este momento, todos han superado el contagio; me quedan a nivel familiar dos tíos, de 88 y 89 años, también están superando el contagio, sin embargo el aislamiento les ha provocado una gran desorientación, hablo con ellos todos los días, a veces llamadas de una hora de duración para hacerles hablar y escucharles. De los fallecidos tengo bastantes conocidos, recuerdo de forma especial a cinco de ellos, tres eran amigos de tiempo inmemorial y dos excompañeros de trabajo. Al dolor hay que sumar la imposibilidad de despedirlos, solamente nos queda orar y tratar de consolar a los familiares a través del teléfono. Continúo escribiendo artículos para mis grupos, con la finalidad de mantener la fraternidad y la esperanza, en los tiempos litúrgicos de Cuaresma y Pascua. Porque a pesar del Covid 19 y sus terribles consecuencias ¡Cristo ha Resucitado!
Debemos de orar en todos los momentos, que nos lo permitan nuestros quehaceres, a lo largo del día, es más, deberíamos crear nuestros momentos de oración. La oración es la fuente del cristiano donde recobra sus fuerzas y encuentra la ruta de su vida. Unámonos en estos momentos tan especiales a la Iglesia en su oración universal, ya que es un arma extraordinaria y eficaz para llegar a Dios, fuente de esperanza para el cristiano y para el mundo. Acompañemos al papa Francisco en sus convocatorias globales para mostrar “la victoria de Cristo resucitado” frente al coronavirus.
La acción ha de ser la continuación de la oración, lo que es la solidaridad en la sociedad civil, ha de ser para los cristianos la fraternidad. Hagamos nuestras las enseñanzas del papa en su libro “Gaudete et exultate” y ejercitemos el acompañamiento en las necesidades, en la angustia y el dolor de tantos hermanos; nunca como ahora tendremos tantas oportunidades, de ser los santos de la puerta de al lado, y el buen samaritano del Evangelio; seguro que podemos hacer grandes cosas en lo ordinario de estos días, sin salir del circulo en el que nos encontremos.
Pidamos al señor que nos conceda su Paz y su Fortaleza, para continuar viviendo, con frutos, nuestro humanismo cristiano.
José Martínez
Voluntario