La decisión de iniciar un proceso psicoterapéutico nace de la percepción de que algo no marcha bien, de la existencia de un malestar o sufrimiento emocional del que parece que no podemos hacernos cargo. Es un malestar que afecta a nuestros quehaceres diarios y que de alguna manera excede nuestras estrategias de afrontamiento. Este sufrimiento puede tomar diferentes formas de expresión, como por ejemplo, problemas de sueño, alimentación, tristeza, ansiedad, miedos que incapacitan, irritabilidad, desesperanza, sensación de insatisfacción con uno mismo. A veces es uno mismo quien detecta algunas de estas manifestaciones, en otros casos, son las personas de nuestro alrededor quienes observan algunos de nuestros síntomas o dificultades.
En ocasiones la persona puede identificar con cierta claridad con qué acontecimientos vitales tiene que ver su malestar, otras veces tan solo puede nombrar una angustia difusa que no está ligada, aparentemente, a nada concreto. En cualquier caso, lo cierto es que a lo largo del proceso que es la vida, ocurren distintas circunstancias que pueden desencadenar estas reacciones emocionales de las que hablamos: pérdidas inesperadas, decisiones en las que nos atascamos, nuevas etapas a las que adaptarse se vuelve complejo, cambios vitales que reactivan vivencias pasadas, el inicio o el final de ciertos proyectos, la insatisfacción en las relaciones personales, la aparición de enfermedades físicas incapacitantes…
La esencia de la psicoterapia es facilitar un proceso de cambio a través del que se logre resolver el malestar emocional y los síntomas que han llevado a la persona hasta la consulta del psicólogo clínico. La psicoterapia proporciona la posibilidad de ordenar el caos emocional facilitando su comprensión, integrar en nuestra historia vivencias intensas e inesperadas, aprender a tranquilizarnos, reeducar a ese juez interior que nos habla desde la crítica, cambiar el significado de aquellos pensamientos que están en la base de nuestras dificultades, desarrollar habilidades en la relación con el otro, elaborar pérdidas dolorosas, aceptar aquellos aspectos de nuestra vida que parecen perseguirnos, fortalecer o crear recursos que proporcionen una mayor capacidad de afrontamiento, mejorar la manera en que nos miramos a nosotros mismos, fomentar el autoconocimiento y la capacidad de análisis sobre futuros conflictos y situaciones. En definitiva, la intervención psicoterapéutica genera un cambio desde la sensación de malestar a la de calma, control y comprensión personal.
La psicoterapia supone un encuentro entre dos personas: aquella que busca ayuda y el profesional de la salud mental. En este encuentro, el protagonista es la persona que llega a consulta, y la clave reside en la relación terapéutica, siendo esta el vehículo del cambio, el sostén sobre el que se podrá trabajar y elaborar el sufrimiento emocional de la persona. La psicoterapia trata de crear un espacio de escucha activa, compresión, respeto, esperanza y cercanía donde la persona que busca ayuda pueda expresar sus vivencias, donde pueda entender qué le ocurre, donde pueda pensar en voz alta sin juzgarse, todo ello con el fin de sentirse mejor consigo mismo y en la relación con los demás. La herramienta fundamental va a ser la palabra, a través de la que la persona compartirá sus dificultades y problemas, su historia de vida, sus expectativas, sus creencias y valores, así como sus recursos y potencialidades. Hablar puede resultar doloroso en ocasiones, pero hacerlo en este espacio psicoterapéutico supone una oportunidad para avanzar.
Laura González. Psicóloga clinica