Aún recuerdo uno de mis primeros disfraces de la guardería: una bata blanca, un fonendo, un termómetro en el bolsillo… y un desconocimiento total de la carga de responsabilidad que me supondría ser SANITARIO en un futuro.
Primero en Córdoba, la vuelta a casa después de cada jornada laboral, el calor de mi familia, la ternura de mi novia, la seguridad en los recursos hospitalarios de protección, el desayuno con los compañeros, que a veces se prolongaba hasta fuera del recinto sanitario y de la jornada laboral.
Madrid, la segunda oportunidad que la vida me brinda de ejercer mi vocación. A las dos o tres semanas, me encuentro confinado en esta capital por un tal Covid-19 que resulta ser una pandemia y que se extiende como una mancha de aceite en el agua.
Me faltan palabras para expresar cómo el día a día se me fue desdibujando: dejé de ir los fines a semana a casa, de ver a mi entrañable familia y empecé a pensar cómo estarían,… Y se instaló el miedo en mi cabeza: miedo a contagiarme, a contagiar a alguien.
Después me sobrevino la inseguridad que me sugieren los medios de comunicación; los expertos del gobierno que un día dicen una cosa que desmienten al día siguiente; no saben cómo actuar certeramente, nadie lo sabe aún.
La incertidumbre de las cifras: cuántos nuevos contagios, cuántos nuevos fallecimientos,…
Frente a este horror, me empeño diariamente en dedicar una palabra de ánimo que les grito en este andaluz que les hace tanta gracia. Esto en el trabajo con los residentes ingresados. Ellos son los que hacen que me olvide de mi incertidumbre, de mi inseguridad, de mi vértigo a contagiar o a contagiarme. Una vez oí decir esta frase: el miedo no tiene paredes ni fronteras, hasta ahora no la he entendido.
Pero albergo también la esperanza de que en un futuro próximo, esto sea como un mal sueño que duró poco aunque a mí se me hizo muy largo. Y me quede el grato recuerdo de que mi trabajo sirvió para algo, que hubo pacientes a los que hice reír,… a pesar de mi miedo, de este miedo que no tiene paredes y, por ahora, tampoco tiene fronteras.
Alfonso Luis Mora Luna
Auxiliar de enfermería