“El mundo sigue girando”, suena en mis cascos. Desplazo la vista alrededor del vagón y observo que sí, pero de una manera extraña. Los asientos se ocupan cada dos personas, la gente de pie mantiene las distancias, vamos todos con la cara tapada y algunos incluso con guantes. Avenida de la Paz, es mi parada. Ante mí el imponente edificio al que llevo acudiendo ya 12 años, es como mi segunda casa. Subo la cuesta y entro para bajar a cambiarme, aparentemente todo igual. Sin embargo está más vacío, muchos habituales están en sus casas. Me cambio de arriba abajo, me lavo las manos, ficho, me las vuelvo a lavar, ahora con una solución alcohólica. Y por fin estoy en planta. Aquí la vida ha comenzado ya hace más o menos tres horas, mis compañeros ataviados cada uno con una cosa, y mis chicos unos en terapia y otros en la habitación.
Enseguida me pongo a la tarea, pues en estos días el tiempo vuela. He de imprimir lo que voy a dejarles para que estudien en la habitación, mientras estoy con el resto en el salón. Ya no podemos estar todos juntos. Los tenemos separados en dos grupos de 10 personas. Ya no salen de planta, no puedo estar con ellos en la hora de ocio jugando al futbolín o simplemente charlando. No puedo siquiera darles un abrazo cuando lo necesitan tras una intervención que les ha resultado difícil. Ni hablarles sin mascarilla. Todo se ha tenido que volver muy estricto, “mantened la distancia de seguridad” les insistimos continuamente.
Todo es muy diferente, aunque no necesariamente malo. Dentro de esto hay situaciones que se han presentado como nuevas. Mi nuevo horario entre mañana y tarde, me permite disfrutar de todo el equipo presente. No estamos todos, algunos tele-trabajan desde casa y se les echa de menos. En estos tiempos, hemos demostrado nuestra fortaleza más que nunca y es que vamos todos a una. Han sido semanas de estar en continuo contacto telemático, diseñando, programando, organizando y comentando lo que podíamos ofrecer a los pacientes. Un esfuerzo movido por la vocación de todos que creo que ha dado muy buenos resultados. Hemos logrado no dejar de lado a los que tenemos en casa, la respuesta de ellos es de agradecimiento y alivio, y al mismo tiempo tenemos atendidos como se merecen a los de planta. No han faltado iniciativas para hacerles este trago menos amargo, con guitarra en mano un compañero ha hecho de telonero de nuestra paciente más talentosa y hemos disfrutado de conciertos en los que el público se extendía a lo largo de un pasillo. Por un momento hemos olvidado el encierro.
Bajo un segundo para darme un respiro, allí me encuentro a mis compañeros de otras unidades. Es nuestro momento para desahogarnos, para reírnos y para compartir. Aunque es extraño nuevamente no poder dar un abrazo, cuando ves que se necesita. O mantener tanta distancia con ellos, que la gran mayoría son mis amigos. Al menos, ya que no podemos vernos fuera aquí sí nos vemos. Este momento se torna crucial en mi día, son ellos los que me dan energía para continuar mi labor. Compartimos los nervios, las preocupaciones, los enfados que en época de tensión siempre surgen, y sobre todo el buen humor. Pues si algo nos caracteriza es que sabemos hacernos reír.
Con una sonrisa regreso a planta. Y continúo con mis tareas, hasta que el reloj marca el final de la jornada y regreso a casa. Mañana otro día más que será otro día menos.
Laura Martínez Díaz
Animadora sociocultural de Patología dual