Cada vez es más reconocida la especificidad de la atención psiquiátrica destinada a las personas que envejecen, habiendo incluso dado lugar a una subespecialidad.
La revolución demográfica de los países desarrollados, en relación al aumento de la esperanza de vida, ha derivado en que hasta un 17 por ciento de la población española supera los 65 años, de los cuales hasta un 30 por ciento tiene más de 80 años (INSS 2005). La población cada vez es mayor y esto tiene consecuencias sociológicas, económicas y políticas notables, y, por ende, sanitarias, que debieran tenerse en cuenta para la organización de la asistencia de los ancianos afectados de trastornos mentales, que con frecuencia son infradiagnosticados.
Se trata de pacientes donde el éxito terapéutico difiere del buscado en otras edades. El objetivo de “curar” no siempre es posible y, probablemente, estos pacientes se encuentran cada vez más enfermos, más deteriorados cognitivamente y son más dependientes a la vez que se encuentran más solos. Pero esto no puede generar una imagen de “intratabilidad”, que deviene en un mayor estigma e institucionalización del anciano.
Es por todo ello que la psicogeriatría precisará de la más radical concepción holística-biopsicosocial y para ello necesitará de una mayor coordinación y labor interdisciplinar que pueda incluir psicogeriatras, geriatras o internistas, trabajadores sociales y enfermería especializada. La labor de dichos equipos debiera incluir no sólo una actividad asistencial, sino también docente e investigadora.
Cada vez es mayor el consenso en relación a la importancia de ubicar al anciano en la comunidad, en un medio familiar para él. Sin embargo, este ideal de mantener al paciente anciano en su medio no siempre es posible de mantener, por agravación de su sintomatología, por la claudicación de sus cuidadores… precisando entonces de otras alternativas. Éstas incluirían: la hospitalización breve en una Unidad de Agudos de Psiquiatría, ingresos de media o larga estancia en unidades específicas, así como residencias u hogares protegidos.
Aunque la recuperación de la salud puede no ser una utopía, la mejora de la calidad de vida, la minimización de la discapacidad, el mantenimiento de la autonomía y la canalización de las necesidades de los cuidadores son también objetivos válido. A nivel farmacológico hay que tener en cuenta que pueden precisar de más tiempo para responder, vigilar las interacciones medicamentosas y evitar determinados grupos farmacológicos, planteando su combinación con técnicas psicoterapéuticas adaptadas.
María Dolores Riaza Pérez. Médico Psiquiatra. UHB CNSP