“El mundo sigue girando”, suena en mis cascos. Desplazo la vista alrededor del vagón y observo que sí, pero de una manera extraña. Los asientos se ocupan cada dos personas, la gente de pie mantiene las distancias, vamos todos con la cara tapada y algunos incluso con guantes. Avenida de la Paz, es mi parada. Ante mí el imponente edificio al que llevo acudiendo ya 12 años, es como mi segunda casa. Subo la cuesta y entro para bajar a cambiarme, aparentemente todo igual. Sin embargo está más vacío, muchos habituales están en sus casas. Me cambio de arriba abajo, me lavo las manos, ficho, me las vuelvo a lavar, ahora con una solución alcohólica. Y por fin estoy en planta. Aquí la vida ha comenzado ya hace más o menos tres horas, mis compañeros ataviados cada uno con una cosa, y mis chicos unos en terapia y otros en la habitación.
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