Cuando era tan niña que allá donde me sentará mis piernas quedaban suspendidas a merced del frío seco del invierno, me gustaba imaginar que detrás de las colinas verdes de los cuentos se elevaban, como gigantes de arcilla, castillos encantados de ojivales ventanas y prisioneras princesas. A su auxilio, tras luchar contra dragones orientales, recorrer ciento de leguas sobre negros corceles y proteger millones de estrellas mis sueños heroicos, acudía siempre yo. Hasta que un día mis pies dejaron de balancearse al antojo del viento, mudé mis calcetines rojos por medias de cristal negro y olvidé ascender colinas en busca de amistades nobles.
Seguir leyendo ««Al final de esa minúscula loma hallé la paz»»